Sufrir pena o tristeza ante la pérdida de un ser querido es una reacción normal y, como tal, hay que aceptarla. Es lo que se denomina “duelo”. El duelo es un proceso por el que todos pasamos, ya que a lo largo de nuestra vida sufrimos múltiples pérdidas. Es importante señalar que no hay un tiempo exacto determinado para superar la pérdida, aunque, por regla general, entre 6 meses y un año suele ser suficiente para continuar con nuestra vida sin que nos invada la tristeza.
Por otra parte, la intensidad del dolor que se experimente por la pérdida de ese ser querido dependerá principalmente del vínculo afectivo que manteníamos con esa persona, pero también pueden influir otros factores, por ejemplo, no es lo mismo, haber convivido con la persona, que no haberlo hecho, las circunstancias específicas de la muerte (se consideran más traumáticas las muertes inesperadas), la relación con el la persona fallecida (si la relación era mala, es decir, si se discutía mucho con la persona, se hacían reproches, etc., el duelo se complica más), etc. etc.
No obstante, hay que aclarar que también se puede sufrir un proceso de duelo por la pérdida de una mascota, por el final de una relación sentimental, etc.
Se han establecido una serie de etapas por las que la mayoría de la gente suelo pasar en el proceso del duelo, aunque estas etapas no tienen por qué ocurrir necesariamente en un mismo orden en todas las personas:
Por regla general, las personas no necesitamos ayuda para elaborar nuestro duelo. Es cuando no conseguimos continuar con nuestra vida sin que la pérdida interfiera en nuestra rutina de manera importante, cuando el duelo puede desembocar en un duelo patológico o complicado, que se define como “la intensificación del duelo al nivel en que la persona está desbordada, recurre a conductas desadaptativas, o permanece inacabablemente en este estado sin avanzar en el proceso del duelo hacia su resolución” (Horowitz, 1980).
Una de las clasificaciones que más consenso ha adquirido establece cuatro subtipos de duelo complicado:
Duelo crónico: Pasa un año y la persona sigue sin aceptar el dolor o la ansiedad que siente al recordar al ser querido que ya no está. Del mismo modo, no termina de amoldarse a su nueva vida sin la persona fallecida.
Duelo retrasado: Pasado cierto tiempo, la persona vuelve a experimentar una fuerte carga emocional, cuando la angustia se había apaciguado.
Duelo exagerado: La persona continúa desbordada por el dolor y trata de evadirse de este sufrimiento con el consumo excesivo de alcohol o drogas. Igualmente, puede que se centre obsesivamente en el trabajo, o en cualquier otra actividad que le permita sobreponerse y amortiguar el dolor, lo que puede llevarle a desarrollar algún trastorno psicopatológico, como problemas de ansiedad o depresión.
Duelo enmascarado: La persona presenta síntomas físicos o realiza conductas que le causan dificultades, pero sin ser consciente de que su malestar tiene que ver con que no ha resuelto convenientemente el duelo. Por ejemplo, puede desarrollar problemas psicológicos como ansiedad, depresión, etc.).
El abordaje terapéutico en el caso del duelo patológico se basa en tres pilares fundamentales
Falicitar que el paciente hable de su ser querido fallecido y las circunstancias de su muerte.
Ayudar al paciente para que exprese los sentimientos de tristeza, desesperación, o de cólera hacia el médico o el hospital donde se produjo la muerte de la persona fallecida.
Explicar al paciente que los síntomas que padece, tales como: ansiedad, sentimientos de culpa, depresión, etc., son reacciones normales y que, con el paso del tiempo, irán desapareciendo.
Asesorar debidamente a la familia en cuento al acompañamiento de la persona que está pasando por un proceso de duelo patológico, así como a la necesidad de facilitarle la realización de las tareas domésticas durante el período inicial.
Las señales de que estamos sufriendo un duelo patológico o complicado son las siguientes: